La madurez emocional y cognitiva, así como el fin de la actividad hormonal no llega, pues, a los dieciocho años, la edad a la que se considera a una persona adulta y responsable de sus actos en la mayoría de países, sino que lo hace entre siete y doce años después. Una realidad a la que ya se están intentando adaptar los colegios de psicólogos del Reino Unido. Según un informe al que ha tenido acceso la BBC, se está promoviendo una guía para que la psicología infantil deje de aplicarse de los cero a los dieciocho años para abarcar, al menos, de los cero a veinticinco.
Las consecuencias de este cambio van mucho más allá del hecho de adaptar las terapias o aplicar uno u otro tratamiento psicológico a los pacientes de entre dieciocho y veinticinco años. A los dieciocho años, la forma de procesar la información en el córtex prefrontal revela amplias diferencias si se compara con una persona de treinta años, principalmente en lo que respecta a la autonomía personal. Esto pone en duda la capacidad de los jóvenes para decidir y actuar en consecuencia a su presunción legal y responsabilidad civil, que adquieren con la mayoría de edad.
¿Necesidad de reformas jurídicas?
Las estadísticas sobre los accidentes de circulación ocasionados por personas con estas edades podrían convertirse en un arma arrojadiza. Lo mismo ocurriría con la gestión de las herencias y por qué no, del capital de los jóvenes futbolistas o celebrities. Un mar de dudas que neurólogos y psicólogos han puesto sobre la mesa de los juristas. Y es que, si hasta este momento la neurociencia establecía la adolescencia tardía entre los diecisiete y los dieciocho años, ahora la ha retrasado a los veinticinco. La reforma del Código Penal para elevar la edad de consentimiento sexual de los trece años, en los que está fijado actualmente, a los dieciseis, parece ir en este sentido.
El último informe del Observatorio de la Emancipación, correspondiente al primer trimestre de 2013, pone en entredicho la idea de que a los dieciocho años los jóvenes están preparados para tomar las riendas de su vida y emanciparse de sus padres. Atendiendo a los datos estadísticos, el 80 % de los jóvenes menores de treinta años vive con sus padres.
Si bien es cierto que el desempleo juvenil y el encarecimiento de la vivienda ha hecho que el porcentaje de jóvenes emancipados disminuyese un 3,5 % desde 2010 (del 25,6 al 22,1 %), se hace evidente que a los dieciocho años todavía es necesaria la presencia paterna para ayudar y apoyar en distintos ámbitos de la vida.
Las causas educativas de la eterna juventud
La intensa actividad hormonal que todavía se produce a estas edades no parece contribuir a la adquisición de las competencias y responsabilidades asociadas a los adultos. El papel de los padres es fundamental para estimular la autonomía de los hijos, pero el auge de la sobreprotección infantil en los últimos años no ha ayudado mucho en este sentido.
Los psicólogos llevan tiempo alertando sobre los efectos negativos a largo plazo de la sobreprotección infantil, tanto en el plano educativo, como en el emocional, intelectual y relacional. “Produce numerosas dificultades en su madurez, como las inseguridades, la falta de autonomía, las fobias y hasta de los trastornos de alimentación”, según sostenía Esther Gómez, experta en psicoterapia infanto-juvenil y de adulto, en un artículo publicado en El Confidencial. La experiencia es la base del aprendizaje, y las equivocaciones forman parte de este proceso. Sin ellas, añadía la psicóloga, es muy probable que el niño se perciba a sí mismo como un “incapaz”.
La infantilización de los jóvenes se refleja en otra serie de cambios culturales, e incluso en las preferencias, como es el hecho de que, al menos en EEUU, el 25 % de los espectadores de películas infanto-juveniles en el cine sean adultos. Asimismo, la introducción del plan Bolonia en la Universidad, que entre otras cuestiones obliga al profesorado a ejercer un seguimiento continuo (evaluación) a los alumnos y a cargarles con “deberes” todos los días, se asemeja más al concepto de la enseñanza secundaria que al de la superior. Un panorama, en definitiva, que sociológicamente supone un cambio de paradigma generacional ya en marcha. 
Tomado de la La Voz de Rusia